Texto: Vanesa Ivanoff, Tea Sommelier. Founder & Tea Blender Viveka Té en Hebras. Cronista Especial para VisitingArgentina.com
La chef Mariana Pages Palenque, invita a realizar una travesía de los sentidos a través de cenas itinerantes que permiten viajar por el mundo en pocos pasos.
La brisa del otoño en Buenos Aires irrumpía con toda su adolescencia hacia fines del mes de marzo. La víspera del fin de semana “extra large” junto con la ciudad medio vacía, proponía un tinte de intimidad a medida que se encendían las luces.
El plan era compartir una cena diferente. El convite elegido era un recorrido por sensaciones y sabores alrededor de una mesa, a pocos pasos del Río de La Plata, la irreverencia asiática irrumpiría de un soplido.
Una nueva “cena nómade “de la mano de la gran chef Mariana Pagés Palenque, sería el vehículo para descubrir la intensidad de la cocina de la India. La cita era en un barrio alejado y tranquilo, en la zona norte. Las calles desiertas se parecían a los relatos de Mujica Laínez en Misteriosa Buenos Aires. Éramos 9, todos dispuestos a transitar una noche sin igual, en la los sentidos terminarían envueltos en una tempestad de estímulos.
Al modo de los emblemáticos speakeasies, llamamos a la pequeña puerta azul evitando la atención de los curiosos que pasaban por enfrente. Mariana, envuelta en un sari verde esmeralda, nos daba la bienvenida con un shot de licor de coco y manzana, al estilo de los chiringuitos de las playas de Goa.
El escenario estaba diseñado como una réplica de los espléndidos salones de la era mongol. Los colores ocres de las mesas de madera, contrastaban con las flores rojas y los individuales de hilo bordados a mano. El brillo de los cristales encandilaba la mirada y la calidez de las pequeñas velas encendidas, junto con los acordes de un viejo sitar nos trasladaba dentro de las murallas de un palacio en el medio del desierto.
La propuesta era, viajar mágicamente a partir de los deliciosos platos preparados por nuestra chef, y en un abrir y cerrar de ojos, “teletransportarnos” a un festín en la igualable Old Delhi.
El primer paso comenzaba a llegar de la mano de nuestra anfitriona, un cocktail de East India, Rahitas, Chutneys, salsa de yogurth y el irremplazable Nan, una especie de pan chato para aplacar el picor. Entre suspiros y bocados, Mariana nos contaba que este proyecto, “es una experiencia diferente, algo único, no masivo y más alternativo. Mis ‘Cenas nómades’ ofrecen, además, el hecho de que son irreproducibles, que aparecen y se esfuman en un santiamén. Cada vez que hago una comida, todo cambia: el lugar, el menú, la ambientación, todo”
El segundo plato, ahora anticipado por el chef hindú invitado, un chicken Tikka Masala o un plato de lamb vindaloo con arroz jazmín, para los vegetarianos del grupo un curry saag aloo (espinaca), super especiado. La intensidad de las especias, junto con el vino tinto equilibraba la propuesta.
Los espacios para cada cita “van apareciendo como por arte de magia”, el clima y el tema elegido dependen muchas veces de la locación. Devi Palenque, madre de la chef contaba que el lugar más insólito donde Mariana armó sus reuniones gastronómicas fue en una escuela de yoga, pero el que más alboroto causó fue cuando las hizo en su propio departamento. Tuvieron que hacer una verdadera mudanza para llevar a cabo un nuevo viaje gastronómico.
Al promediar la noche, en el medio del salón, aparecieron músicos improvisados que al tono de las tablas, el sitar y un cajón peruano entreverado entre almohadones, trataron de imitar ragas de la mítica música clásica hindú.
El postre no se hizo esperar, masas en almíbar de azafrán y rosas que se disolvían en el primer mordisco. El té verde con jazmín, era el broche relajante para semejante panzada.
Una vez más, la cena nómade de Mariana, recreaba un viaje imaginario en el que el asombro y la curiosidad por descubrir lo distinto invaden hasta al más distraído.
Al momento de la despedida, una camino de rosas rojas nos acompañaba hacía la puerta, al salir una imagen de Lord Ganesha, tallada en madera de incienso nos saludaba desde el jardín.
La experiencia era única, el camino estaba hecho. La India y sus sabores, junto con los encantos de nuestra anfitriona, nos había conducido a la alegría del disfrute. El colorario de la noche se resumía en el vértigo inesperado de las sensaciones ahora ya descubiertas. Ya estábamos listos para una nueva “cena nómade” hacía algún destino incierto y en alguna locación secreta.
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